viernes, 21 de octubre de 1988
Espadas incandescentes
atraviesan mi alma
y a mis ojos,
antorchas de hielo
que hieren y queman
la sien
desprovista de la facultad
de pensar.
No soporto la idea
de mi presencia
inhumana y cruel. Estúpida.
El volumen de la sangre
aumenta en mis venas corruptibles
hasta hacerse incontenible.
Mis lágrimas desbordadas
brillan
en el suelo
que ya no está
bajo mis pies.
¿Pies?
¿Qué pies?
¿Qué es eso que tengo
que no sirve
para andar
sino para "meter la pata"?
La saliva huyó
dejando un árido desierto
en mi boca sin voz,
sin palabras.
Palabras
que han sido arrancadas
y arrastradas
por la extrema estupidez
del orgullo.
¿Para qué sirve?
Para morir en vida,
para sufrir,
para llorar los errores
cometidos sin querer,
sin evitarlo aun viendo precipitarse
el final
y poseer los frenos de la salvación.
Para eso sirve:
para llorar.
21/10/88.
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