sábado, 15 de agosto de 1992
Una lágrima que empapa
esta noche de fantasmas
que surgen de la oscuridad para recordarme lo que soy.
Una gota salada que emborrona mis ojos
y los ennegrecen con el maquillaje
que no me quité...
Los cristales mojados de esa ventana
me traen a la mente ese adiós.
Un viaje de años, de millas, sin palabras,
un tren de deseo, de pena. Separación.
Mi máquina me dice que me vaya a dormir, que olvide
lo que no puedo olvidar. Es cruel, es extraño
pero estoy aquí, ante tu foto, ante el retrato
de un rostro que ya no comprendo, que desapareció para siempre de mi sueño
infantil. Que se llevó mi niña.
Tú, mi príncipe azul, yo tu princesa encantada
por un beso arrancado en un momento que no es momento
porque el tiempo dejó de existir para siempre.
¿Y qué quieres que haga? ¿Que intente arrancar de mi
alma el recuerdo, de mi cuerpo la mente?
¿Que plante en mi cerebro el olvido?
Sería una tiranía sin nombre dejar morir
algo infantil y humano que en noches de invierno
ocupan tu lugar, calentando el desolado corazón
que, inexplicablemente, sigue viviendo en mí.
¿Por qué yo, la elegida del destino en sufrir
la separación que un tren sin retorno inició?
¿Y el billete de vuelta?
Alguien se olvidó
de sacarlo y ahora estoy sola, aquí,
ante una inerte pero latente
máquina de escribir
que me recuerda a ti,
que guarda tu dormida esencia...
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
Y un rugido de rabia contesta:
"Sólo Él lo sabe y no te lo quiere decir.
Calla y sufre."
Me niego a seguir en la penumbra de la desesperación
ni un minuto más.
Me niego a seguir llorando un adiós
sin final.
Me niego, me niego me niego.
¿Dónde estás?
Ya no te veo, el recuerdo se ha borrado en el aire,
tu rostro desapareció.
Ayúdame. ¡Ayúdame! ¡Ayúdame!
Un suspiro, un aliento
me roza sin querer...
Es el viento.
La luz hace el esfuerzo
de reaparecer
ante mis ojos...
La niebla se disipa.
Adiós. Yo también me voy.
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