domingo, 18 de enero de 2004
Eres como una gota de agua en el desierto,
una nota de luz en la oscuridad,
un grano de arena entre las uñas,
una punzada en el corazón.
Imposible de olvidar, de ignorar, de omitir.
Como la gota de agua que se cuela entre las rendijas de mi cerebro y allí se queda, temblorosa y suave, haciéndose sentir.
A veces la gota se congela y su presencia se hace insoportable, clavándose dolorosamente y sin piedad.
No puedo pensar en ti sin sentir excitación.
Recuerdo el susurro de tu voz suave, personal, tu acento, tu modulación... Tu juego.
Me gustas. Y me siento como una cría perdida, como una adolescente estúpida, incapaz de escribir más de dos frases con sentido, incapaz de definirte ni definirme a mí misma respecto a ti. Sólo sé que quiero verte, sentirte. Sólo sé que me gustas a pesar de mí mismas.
Te pienso y me gustaría decirte un millón de cosas, pero empiezo a escribir y sólo sé repetir que... me gustas...
Eres mi secreto. Y me siento absurda en este sentir inesperado, desacostumbrado. Me abrumas, me exasperas, me encantas, me alegras, me dueles, me desesperas, me hacer sonreír entre ternuras y naderías. Y aún no sé cómo ni por qué ni qué me das realmente porque más que darme, me quitas. ¿Cómo me he metido en este enredo de emociones encontradas?
Lo he visto venir. Siempre lo supe. Te quería. Y no me he ido... Tengo una vida que adoro pero también quiero que estés en ella...
Soy egoísta. Y por primera vez en mi vida, no me planteo si lo que hago está bien o mal.
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