martes, 28 de febrero de 2012

Viajes en avión


Era joven, casi una cría. Sabía tan poco de la vida… En su cabeza sólo tenía pájaros, como todos los adolescentes, y ganas de comerse el mundo, como todos los audaces. Soñaba con ser alguien importante, conocer el mundo, vivir y experimentar. Lo más lejos que había viajado era hasta su pueblo natal, una aldea perdida de La Mancha donde sólo se llegaba en coche o en viajera, el autocar que cada verano la llevaba junto a sus paisanos, hijos pródigos del calor y la aridez, tras un tortuoso viaje de doce horas. ¿Cuánto tardaría en avión?

Estirada sobre el césped frente a su casa, contemplaba las idas y venidas de los aviones que se preparaban para aterrizar. El aeropuerto estaba a apenas veinte minutos de su casa. Una puerta al mundo entero, al alcance de su mano.
Su hermana mayor leía una revista del corazón junto a ella.
-¿Tú has subido en avión? –su hermana despegó la nariz de las fotos del famoso de turno que abría las puertas de su casa para presentar su último romance oficialmente y compartir su felicidad con las ávidas consumidoras de sentimientos ajenos. Asintió con una sonrisa. Muy pocas chicas de clase humilde habían tenido una oportunidad así–. ¿Y qué se siente?
Un momento sirvió para encontrar el gráfico ejemplo que simplificara lo que había sentido. Su sonrisa se ensanchó aún más; en su mirada apareció un brillo intenso y siniestro, una complicidad secreta que apenas susurró:
-Cuando el avión despega, te sube como una cosa fuerte desde las tripas hasta el estómago, el corazón te late más fuerte y la boca se te seca de emoción. Es como… un orgasmo. Excitante.
Ella la miró atónita. Nunca hubiera imaginado semejante comparación. Al fin y al cabo, sólo tenía once años.
-¿Y cómo es un orgasmo?
Explicar eso ya no le resultó tan fácil.
-Es… como cuando te limpias las orejas con un bastoncillo de algodón, ¿sabes el gustito que da? Pues eso se parece mucho, pero un orgasmo es más intenso.
Su hermana volvió a contemplar con deleite las fotos del galán de moda mientras que ella pensaba en bastoncillos y en aviones que despegan. Se recordó que apenas era una cría, que quería volar, viajar, experimentar. Que un día lo haría, estaba segura: cuando fuera mayor y tuviera dinero.
Se marchó a casa con la excusa de orinar. En el armarito del cuarto de baño había una caja de bastoncillos de algodón. Empezaría por ahí.

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