real y tenía más fuerza que él. Su rabo de serpiente se revolvía contra él mordiéndole, envenenando los trocitos de ilusión que flotaban esparcidas por los huecos de su cerebro.
sábado, 28 de julio de 2012
¡Qué ingenuo había sido! Se lo había entregado todo: el dinero de su padre, el sufrimiento de su familia creyéndolo secuestrado, sus ideales, su alma... ¿Cómo se había dejado manipular tanto? Cuando empezó a sospechar que nada era lo que parecía ¿por qué no sacó fuerzas de donde no había para huir de esa quimera? Ahora era tarde. La quimera era
real y tenía más fuerza que él. Su rabo de serpiente se revolvía contra él mordiéndole, envenenando los trocitos de ilusión que flotaban esparcidas por los huecos de su cerebro.
real y tenía más fuerza que él. Su rabo de serpiente se revolvía contra él mordiéndole, envenenando los trocitos de ilusión que flotaban esparcidas por los huecos de su cerebro.
"Entonces le pregunté que a quién andaba buscando. Me dijo: ¿quién es usted? Soy cantador de huapango, ¡ay mamá!".
No dejaba de tener gracia: la situación absurda que estaba viviendo era la misma situación, a gran escala, que su propia patria vivía día tras día: su quimera era la Quimera de un país forjado por la lucha y en la sangre, que agonizaba testigo de cómo el gobierno se revolvía contra el pueblo, devorándolo.
¿Y qué podía hacer él? ¿Qué podía hacer?
Se lo merecía, todo lo que le estaba pasando se lo merecía: la oscuridad en el alma, su corazón afligido, la mente atropellada, el sabor a hiel en los labios ajados, la sangre hirviendo aterrorizada en las venas, el vacío del estómago vuelto del revés, la sal incrustada en los ojos ciegos, todo eso se lo merecía por ingenuo, por estúpido, por orgulloso, por cobarde. Era su castigo y lo aceptaba pese a que las piernas le temblaran tanto que apenas podían sostenerlo, aunque las manos no pudiesen esgrimir el puñal al que se aferraban, aunque los pantalones, mojados por la orina del pánico, le helasen la entrepierna.
Si su mamita lo viera ahora... mojado,... sudoroso,... como cuando en noches oscuras como ésa, despertaba gritando de una pesadilla donde le chupaba la bruja, y lo abrazaba contra su pecho amoroso de madre protectora, de diosa.
Examinó su mano: la luna se reflejó en el filo del puñal que sostenía otorgándole un aspecto fiero. Parecía mentira que algo tan pequeño, tan fino, pudiera ser tan mortífero. Compuso una sonrisa amarga y la cara le dolió. Hacía tanto que no sonreía...
Tenía que hacerlo, acabar con el mal sueño. Era su oportunidad, se habían detenido para organizarse antes de entrar en la aldea que estaban a punto de asaltar. Era ahora o nunca.
"¡Ay! dígame, dígame, dígame usted: ¿cuántas criaturitas se ha chupado usted?".
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